jueves, 5 de septiembre de 2013

Leyendas de nuestros pueblos originarios...



Leyenda del Río Negro



En otros tiempos no había más que un valle en donde ahora se extiende el lago. Era Wiñay Marka, un lugar sin odio ni preocupaciones, donde los hombres vivían siempre felices y en paz.
Así lo había dispuesto Apu Qullana Awki, cuando creó el mundo. Les había dicho a los hombres que no pelearan, que no desearan nunca aquello que no tenían y cuidaran, en cambio, los ricos tesoros que estaban a su alcance: la tierra, los cultivos, el cielo transparente, los frondosos árboles y los animales que llenaban de color y ruido el precioso valle.
Pero Awqa se interpuso. Su maléfico espíritu tomó la voz del viento para tentar a los hombres y confundirlos:
¿Por qué conformarse con tan poco? Si Wiñay Marka fuera tan bueno, Apu también viviría aquí.
Y los hombres le preguntaron a Apu dónde vivía. Y él les contestó que en una de las montañas más grandes del Altiplano, pero que nunca debían subir allí.
¿No ven? ─volvió a la carga Awqa─ Si ustedes suben a la montaña pueden quitarle su poder. Y dominarán el cielo y la tierra, el aire, el viento y a todas las criaturas que habitan el universo.
Y tanto les insistió, y tanto escucharon los hombres el rumor del viento que les decía: «¡Rebélense! ¡Tomen ustedes su poder y suban a la montaña!», que Wiñay Marka dejó de ser un lugar sin odio ni preocupaciones donde ya los hombres no pudieron vivir felices y, mucho menos, en paz.
Y así, llenos de rencor, subieron; dispuestos a atacar a quien alguna vez había creado, para ellos, el universo.
Y mientras Awqa se regocijaba,  Apu Qullana Awki se llenó de pena. Y también de enojo. De tanto enojo que no tuvo piedad.
Y así vieron los hombres que subían, primero las garras afiladas. Las mandíbulas salvajes, tan hambrientas, que ya no pudieron ver después nada más. Eran unos pumas enormes, grises. Eran unos pumas capaces de arrancarles el corazón de un zarpazo. De pintar con sangre el valle de Wiñay Marka, que en otro tiempo había sido un terruño feliz.
Casi todos murieron. Los pumas parecían no saciarse jamás. Y fue tal la masacre que el Tata Inti lloró. Y el llanto se escurrió entre sus rayos y llegó a la tierra. Durante cuarenta días y cuarenta noches las lágrimas del sol limpiaron la sangre de los hombres. Tantas fueron que el valle comenzó a inundarse. Tantas que los pumas grises quedaron bajo el agua, ahogados.
Y uno de los pocos hombres que quedaban dijo: qaqa titinakawa, que significa en lengua aymara “ahí están los pumas grises”. Y tantas veces se contó esta historia, y tantas veces se repitió qaqa titinakawa que el sonido fue cambiando…Qaqa titinaka… titinaka qaqa.. Titicaca.
Y así es como encontró su nombre el lago

Leyenda del Carpincho

Pucá era una hábil tejedor que vivía en la Puna Jujeña. Fabricaba hermosas "cumbias" para los nobles,"abascas" sencillas para la gente de pueblo, y abrigos "yacollas" que se destacaban por el colorido y por la perfección del tejido. Su fama llegó hasta los incas más poderosos, y su pequeña choza se vio repleta de lanas y cueros con los cuales trabajaba rápidamente para cumplir con los pedidos. Los incas, satisfechos con su trabajo, le pagaban en oro, plata y piedras preciosas. " Pronto seré rico reflexionaba Pucá mientras se inclinaba, laborioso en su telar _ Y podré divertirme como los demás: pasearé, cazaré cuanto quiera y compraré todo lo que me guste"
En efecto, cansado de tanto trabajo y sacrificio, Pucá fue dejando sus telas y alejándose de su tarea. Se dedicó a la caza y comenzó a divertirse, embriagarse en compañía de otros indios, gastando su oro en cosas inútiles y vistosas. Rápidamente lo abandonó su suerte y los príncipes dejaron de encargarle trabajos que ya no cumpliría. Un día sintió frío y se dio cuenta de que el invierno llegaba:"Tendré que tejerme una yacolla", pensó, y con manos temblorosas dispuso las tintas para teñir la lana. Pero hasta tal punto había perdido su habilidad, que el teñido salió pálido y lleno de manchas y después de varias horas de trabajo sólo logró un tejido flojo, grosero y lleno de ásperos nudos y pelotones de lana mal escardada.
"No importa, lo usaré así. Mañana trataré de tejer otro", se dijo, y se envolvió completamente con el poncho.
Cuando despertó, el "yacolla" se había adherido a su cuerpo formando una dura coraza, y en lugar de piernas y brazos emergían de ella cuatro patas cortas terminadas en afiladas uñas.
Así, convertido en quirquincho, se lo ve aún entre los cardones de la Puna donde había vivido o en la campiña argentina, huyendo de los peligros y escondiéndose dentro de su caparazón.

Leyenda del Río Negro



Neuquén y Limay eran dos caciques a quienes los unía una gran amistad. Un día, mientras cazaban, oyeron una dulce canción que provenía de la orilla del lago. Se acercaron al lugar, y se encontraron con una hermosa mapuche de largas trenzas negras.
-¿Cómo te llamas? -preguntó Limay.
- Me llamo Raihué (flor nueva) -contestó ella, bajando sus lindos ojos negros.

Los dos muchachos se enamoraron de la joven, y ya en el camino de regreso sintieron que los celos rompían su antigua amistad. Como su distanciamiento se fue acentuando con el pasar de las lunas, sus padres consultaron con una machi (hechicera), quien les explicó la causa de la enemistad de sus hijos. De común acuerdo propusieron a los jóvenes una prueba y luego fueron a ver a la chica.
-¿Qué es lo que más te gustaría tener? -preguntaron a Raihué.
-Una caracola para escuchar en ella el rumor del mar -contestó.
- El primero que llegue hasta el mar y regrese con el pedido, tendrá corno premio el amor de Raihué -- sentenciaron, unánimes, los padres.

Consultados los dioses, convirtieron a los dos muchachos en ríos, que comenzaron el largo y fatigoso camino hacia el océano, uno desde el norte y otro desde el sur. Pero el espíritu del viento, envidioso por no haber sido tornado en cuenta en el asunto, comenzó a susurrar al oído de la joven enamorada.
-Neuquén y Limay no volverán jamás. Las estrellas que caen al mar se convierten en hermosas doncellas que seducen a los hombres y los aprisionan en las profundidades. Morirán y nunca más los volverás a ver.
El corazón de Raihué se entristeció, y los días comenzaron a transcurrir sin que Limay y Neuquén regresaran. Se dirigió entonces a la orilla del lago, donde los había conocido, y extendiendo los brazos ofreció su vida a Nguenechén (el dios mapuche) a cambio de la salvación de los dos jóvenes. Nguenechén escuchó su plegaria y convirtió a Raihué en una hermosa planta, cuyas raíces penetraron en la húmeda tierra y sus ramas se elevaron al cielo; su cintura se afinó en verde tallo, su busto se esparció en tiernas ramitas y su boca se abrió en roja flor.
El mismísimo viento envidioso voló a contarles la noticia a los jóvenes, que salvando mil obstáculos, corrían hacia el mar. Limay y Neuquén al comprender que Raihué había muerto de dolor por su causa, depusieron todo su rencor y se estrecharon en un fuerte abrazo, vistiéndose de luto por su amada. Y así unidas sus aguas para no separarse más, siguieron el camino hacia el mar, dando origen al río Negro.






LEYENDA DEL CEIBO

Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva.
El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien  al rato,  fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo  la muerte en la hoguera.
La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.
Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.






Leyenda del quebracho colorado


Desde pequeño, Puca Sonko había compartido la vida de la tribu; conocía la vida de la selva como si cada rincón de ella fuera su propia casa. Allí estaba feliz y los días transcurrían calmos mientras todos hacían algo para contribuir al trabajo diario.
Cuando el padre de Puca Sonko enfermó, el indiecito fue nombrado cacique en medio de ceremonias colmadas de contento y adoración a los dioses. Pero un día, mientras la tribu se recogía al anochecer, llegó un chasqui con noticias para el joven cacique: tribus belicosas venían avanzando, despojando de sus posesiones a cuanta población encontraban a su paso.


Al día siguiente, Puka Sonko armó a los grupos que defenderían a su gente. Por la tarde partieron al encuentro del enemigo. Internándose cada vez más en la selva, Puca Sonko demostró audacia y coraje, lo que infundió valor a sus soldados. Y el tan temido momento se produjo de repente; un grito, muchos gritos; muchos hombres midiendo su bravura. Cuando todo quedó en silencio nuevamente, creyeron que habían logrado vencer al enemigo y que, a lo sumo, tenían algún herido. Los hombres se arrodillaron para agradecer a sus dioses. Pero el cacique sabía que no había concluido todo. Sus pálpitos no eran erróneos.
En ese mismo instante un grupo numeroso de enemigos los sorprendió, pero merced a los esfuerzos de Puca Sonko y los suyos, lentamente fueron dispersados.
La selva volvió a quedar en silencio, y los sobrevivientes, lastimados, buscaron al joven cacique: lo hallaron muerto junto al tronco de un árbol, sobre un charco de sangre al que llegaban sus raíces.
La parte inferior del tronco lentamente tomó un color rojizo; la sangre perdida era absorbida por el árbol, gracias a lo cual, la bravura de Puca Sonko seguiría circulando en un cuerpo vivo al que daría fortaleza extraordinaria.
Así, según los quechuas, nació el quebracho colorado.

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